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31 de julio: San Ignacio de Loyola. Una anécdota de su vida

San Ignaico 2La biografía de San Ignacio de Loyola contiene las grandes decisiones que tomó y las acciones importantes que protagonizó; entre otras, viajes por España y a Jerusalén, estancia en París y en Roma; información sobre la génesis de sus dos grandes obras: los Ejercicios Espirituales y la Compañía de Jesús. Entre todo esto, también anécdotas menos relevantes, pero que dan luz sobre su personalidad. La vida de san Ignacio del padre Pedro de Ribadeneyra recoge una que me suscitó extraordinario interés la primera vez que la escuché o la leí y que en el momento actual me sigue llamando notablemente la atención. No he conseguido acceder a información complementaria sobre este hecho. Los protagonistas son Ignacio de Loyola (ya de General de la Compañía de Jesús) y un antiguo discípulo espiritual suyo de los tiempos de París.

[Estaba este antiguo discípulo] una vez muy malo y muy acongojado y afligido por la enfermedad, le visitó nuestro padre [San Ignacio] y con gran claridad le preguntó aparte qué cosa habría que le pudiese dar contento y quitarle aquel afán y extremada tristeza que tenía; y como él respondiese que su pena no tenía remedio, le volvió Ignacio a rogar que lo mirase bien y pensase cualquier cosa que le pudiese dar gusto y alegría; y el enfermo, después de haber pensado en ello, dijo un disparate:

–Una cosa solo, dijo, se me ofrece: si cantaseis aquí un poco y bailaseis al uso de vuestra tierra, como se usa en Vizcaya; de esto me parece que recibiera yo alivio y consuelo.

–¿De esto, dijo Ignacio, recibiríais gran placer?

–Antes grandísimo–, dijo el enfermo.

Entonces Ignacio, aunque le parecía que la demanda era de hombre verdaderamente enfermo, por no acrecentarle la pena, venciendo la caridad a la autoridad y mesura de su persona, determinó de hacer lo que se le pedía, y así lo hizo; y en acabando le dijo:

–Mirad, que no me pidáis esto otra vez, porque no lo haré.

Fue tanta la alegría que recibió el enfermo con esta tan suave caridad de Ignacio, que luego comenzó a despedir de sí toda aquella tristeza que le carcomía el corazón, y a mejorar; y dentro de pocos días estuvo bueno del todo.

Una anécdota chocante y graciosa, pero profundamente humana. Ella misma se comenta. No se concreta la enfermedad que padecía el antiguo discípulo, pero el componente mental parece que desempeñaba un papel muy importante. ¿Tal vez una depresión? Sea lo que fuere, la terapia funcionó; una terapia curiosa y no recogida en los tratados de psiquiatría. Sus apuros tuvo que pasar el terapeuta al administrar esta terapia, dada la huella que dejo en su pierna la herida sufrida en Pamplona y posteriores operaciones del médico de Azpeitia. «Mirad, que no me pidáis esto otra vez, porque no lo haré». No fue necesario, fue suficiente con una dosis.

Texto en azul: Pedro de Ribaneyra (1572/1583): Vita Ignatii Loyolae. Roma: Monumenta Historica Societatis Iesu. Libro V, Capítulo II, página 761. [actualizada la ortografía y dispuesto el texto en forma de diálogo.