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¿Humildad?

¿Humildad?

En junio de 2022, tras ganar el decimocuarto título en el Grand Slam de Roland Garros, Rafa Nadal se dirigió a los recién graduados de la Rafa Nadal International School y les exhortó, con palabras amables y convincentes, a la práctica de la perseverancia y de la humildad. Dos virtudes que reconocía no estaban de moda, pero que consideraba fundamentales para su futuro. Sobre la perseverancia escribí en esta tribuna el 4 de septiembre de ese año y anuncié que dejaba para otra ocasión hablar de la humildad.

En general, la humildad no resulta deseable. El diccionario de la RAE la define como reconocer las propias limitaciones y debilidades y también «bajeza de nacimiento o de cualquier otra especie» o «sumisión, rendimiento». Algo semejante nos informa la etimología de la palabra ‘humildad’, del latín ‘humilitas’, que a su vez deriva de ‘humus’, tierra. Postrarse en tierra como signo de humildad y sumisión, pero sin olvidar que la tierra es también fuente de vida. 

La recomendación de la práctica de la humildad ha estado muy asociada a la tradición ascética, que la contrapone a la soberbia, un vicio o pecado capital, potente raíz de los demás vicios. Ya en el actual milenio, la Psicología ha ensanchado el concepto de humildad y la considera una importante fortaleza o virtud humana, objeto de investigación y de fomento, que no consiste en despreciarse a sí mismo ni equivale a baja autoestima,

La profesora June Tangney, de la Universidad de George Mason, ha sido la pionera en concretar la nueva concepción. La humildad consiste en una percepción exacta de uno mismo (sin exceso ni defecto), es decir, en reconocer las propias imperfecciones, errores y lagunas en el conocimiento –sin menospreciarse por ello–, pero también, y sin jactarse, de los propios logros, éxitos y valores. Implica también centrar o enfocar menos el propio yo, para tener en cuenta a las demás personas. Incluye, además, apertura mental a ideas diferentes de las propias, junto a la convicción de que se puede aprender de las demás personas, incluso, o sobre todo, de las que no piensan lo mismo. Finalmente, es apreciar el valor de las cosas y reconocer lo que las demás personas pueden contribuir a mejorar el mundo. 

Esta concepción no es arbitraria sino muy atinada y pone al ser humano «en su sitio». Es verse y ver el mundo con unas lentes que no distorsionan, sino que proporcionan una visión más correcta y orientan la acción por el buen camino del crecimiento personal.

 Santa Teresa de Jesús define la humildad como «andar en verdad», tras reconocer a Dios como la Verdad. Con ello indica que la humildad es «andar» hacia la verdad –no creerse en posesión de ella–, de una verdad firme que le trasciende, aunque esto tal vez no suene bien en tiempos de la posverdad. 

La falsa humildad es expresar verbalmente humildad, pero como estrategia de autopresentación para, en realidad, inflar el propio ego. Es presumir de sus cualidades y logros, pero enmascarando este arrogante objetivo con declaraciones de humildad e incluso de calculado autodesprecio. La humildad deja de ser humildad cuando uno se la atribuye a sí mismo.

La humildad, reconocida como fortaleza humana, afecta a todos los ámbitos de la persona y de la sociedad. Por ejemplo, humildad intelectual, frente a arrogancia intelectual, como condición imprescindible del aprendizaje y base del progreso del conocimiento. Humildad en la investigación y en el pensamiento, de acuerdo con la fecunda «docta ignorancia» que ya propuso Nicolás de Cusa.  Humildad en la docencia, tomando como lema el del Instituto Jean-Jacques Rousseau –alma mater de destacados pedagogos y maestros–, de la Universidad de Ginebra: «Discat a puero magister» («Que el maestro aprenda del niño»).

Humildad en las organizaciones y grupos sociales. La humildad resulta imprescindible en el líder institucional, grupal o político, no precisamente como estrategia para maquillar y mejorar su imagen, sino como prueba de autenticidad del deseo que manifiesta de servir al grupo, a la institución o a la sociedad. 

La profesora Stacey McElroy-Heltzel, de la Universidad de Iowa, ha propuesto la hipótesis de la humildad como lubricante social. Así como el lubricante favorece el buen funcionamiento y previene el sobrecalentamiento y las averías del motor, la humildad previene el sobrecalentamiento y la avería fatal, en la propia persona, en los grupos e instituciones y en la sociedad. G. K. Chesterton afirma en su libro Ortodoxia: «Sin humildad es imposible disfrutar de la vida, ni tan siquiera del orgullo». ¿Humildad? Sí, gracias.