Romper los versos

Santo Tomas y San BuenaventuraNo os asustéis por el título. No es este artículo un manifiesto contra la poesía. No tengo nada contra la poesía; todo lo contrario: me gusta mucho, me encanta. De vez en cuando leo con fruición versos de mis autores preferidos, así como quien dice al azar; salto de un siglo a otro, o de una década a otra, con facilidad. Recomiendo la poesía y, en algunas de las estradas de este blog, comprobarán que de vez en cuando acudo a los poemas, sobre todo cuando veo que mis palabras dirían muy poco.
El título ‘romper los versos’ responde, más bien, a una conocida anécdota, con diferentes versiones en los detalles, estrechamente relacionada con la festividad de Corpus Christi que hoy celebramos. Una fiesta celebrada por la Iglesia con el máximo esplendor desde el año 1264 en que la instituyó el Papa Urbano IV. El pueblo fiel ha colaborado a esta celebración y a que la procesión de ese día sea una demostración, no solo de fe, sino también de colorido y belleza sensorial. Incluso algunas de estas celebraciones han sido declaradas de interés turístico y cultural internacional.
Hace unas semanas pude contemplar en la catedral de Baeza la espléndida custodia procesional, una de las más famosas de España. En Toledo he visitado un par de veces –la última con más detenimiento– la famosa custodia de orfebre Enrique de Arfe, una de las mejoreas joyas de nuestro patrimonio artístico. Y la lista sería numerosa. También la música realizó aportaciones importantes a la festividad. Viene fácilmente a la memoria el Corpus Christi en Sevilla de la Suite Ibérica de Isaac Albéniz. Estas y otras muchas, son muestra de la orfebrería al servicio del Corpus Christi.
Pero los mismos textos de la liturgia de la festividad de Corpus Christi, junto a la riqueza doctrinal y espiritual, encierran una gran belleza literaria, tal vez no fácil de apreciar por estar en latín en su versión original. Himnos como el Pange Lingua y su sus dos estrofas finales Tantum Ergo, el Adoro Te Devote o el Verbum Supernum Prodiens, al igual que la secuencia de la misa Lauda Sion, pertenecen no solamente al patrimonio religioso y espiritual, sino también al literario y cultural. La penúltima estrofa del Sacris Solemniis, otro de los himnos de la liturgia de este día, el Panis angelicus, entusiasmó al compositor César Franck y con cuya música ha sido interpretada, entre otras, por voces tan ilustres como las de Luciano Pavarotti, Plácido Domingo o el coro del King’s College de Cambridge. La secuencia Lauda Sion Salvatorem fue realzada por la música de compositor Tomás Luis de Vitoria. A finales de la década de los sesenta del pasado siglo, el Pange Lingua fue popularizado, más allá de las ceremonias religiosas por el grupo musical bilbaino Mocedades.
¿Quién fue el autor de estos bellos e inspirados himnos de la liturgia de Corpus Christi? En los libros litúrgicos, como es habitual, no figura ningún nombre. Pero no son anónimos, pues se sabe que el autor de esta verdadera obra de arte fue Santo Tomás de Aquino.
Y aquí viene lo “romper los versos” (reconozco que me he ido un poco por los cerros de Úbeda, pero es que estuve por esa población de Jaén hace unas semanas y…). Cuenta la tradición que el papa Urbano IV convocó un certamen con el fin de dotar a la liturgia de la fiesta del Corpus Christi de himnos y antífonas. Quedaron finalistas los dos teólogos más famosos del momento: Tomás de Aquino y Buenaventura de Fidanza; dominico y franciscano, respectivamente. Convocados, en una sesión final para decidir cuál sería la obra ganadora, en presencia del Papa y del Colegio Cardenalicio, que actuaban como jurado, le tocó empezar la lectura de su obra a Santo Tomás. A medida que Tomás leía los himnos arriba mencionados, los presentes pudieron observar que Buenaventura rompía los suyos, sin esperar su turno, reconociendo con ello que las composiciones de Tomás eran superiores a las suyas, incluso insuperables.
Romper los versos, romper los propios versos. Un acto de humildad y de reconocimiento por parte de Buenaventura. Otros, tal vez, hubieran tratado de romper los versos del competidor en lugar de los propios. O hubieran procurado, con diferentes artes, aproximar a los suyos el juicio del jurado. Pero Buenaventura optó por este gesto, expresión de una actitud interior. Con ello San Buenaventura nos privó de las que, con toda seguridad, hubieran sido también unas composiciones excelentes, también inmortales. Pero nos dio en su lugar un testimonio y ejemplo de sencillez y humildad, digno de ser protegido del olvido.
Me hubiera gusta que nuestro gran pintor Francisco de Zurbarán, que siglos después pintó tanto a Santo Tomás (una réplica de la ‘apoteosis’ preside el paraninfo de nuestra Universidad de Deusto) como a San Buenaventura, por separado y también juntos en el mismo cuadro (ilustración de esta entrada), hubiera pintado también esta simpática y aleccionadora escena. O aquella otra escena en la que, también según la tradición, con ocasión de su doctorado, recibido a la vez, disputaron Tomás y Buenaventura, atribuyendo cada uno al otro la mayor calidad de su obra.

Ilustración. San Buenaventura recibe la visita de Santo Tomás. Francisco de Zurbarán. Iglesia de San Franciso El Grande, de Madrid.